¿QUÉ SOMOS? Patrimonio Cultural e Identidad en Cundinamarca

Diego Martínez Celis


El “Patrimonio Cultural” está de moda. Si bien, el término se usa en Colombia desde mediados del siglo pasado, fue a partir de su inclusión en la Constitución de 1991 cuando se consolidó normativamente a través de diversas leyes mediante la cuales se ha definido y reglamentado su gestión a nivel nacional. Bajo este concepto se enmarca un gran y diverso conjunto de bienes materiales y de manifestaciones culturales de índole inmaterial: desde pequeños y obsoletos objetos portables, hasta vibrantes y extensos paisajes; desde muy antiguas y sutiles evidencias bajo el suelo hasta notorias edificaciones y centros urbanos; desde íntimas recetas caseras de nuestras abuelas, hasta masivos eventos festivos donde la música, los bailes y los trajes expresan la emotividad de todo un pueblo… son tantos y tan omnipresentes que quizás resulte más sencillo señalar aquellos que no serían Patrimonio Cultural. Pero, a la larga, ¿qué es lo que hace que toda esta diversidad pueda englobarse en un mismo conjunto?, la respuesta podría ser otro término de moda: la “identidad”

La identidad es el conjunto de rasgos mediante los cuales nos definimos y diferenciamos de otros, en pocas palabras la identidad refleja lo que somos. A una escala colectiva la identidad sería lo que nos hace sentir parte de una comunidad. La misma Constitución de 1991, en su artículo 72, afirma que el patrimonio cultural conforma nuestra “identidad nacional”, por lo tanto, el ser colombiano, antioqueño o cundinamarqués se podría definir, en buena parte, con base en lo que se considera o valora como patrimonio cultural.



Panorámica de Suesca (Cundinamarca). Diego Martínez Celis, 2019


El historiador Roberto Velandia, en la introducción a su gran Enciclopedia Histórica de Cundinamarca (1979), cuestionaba la falta de identidad del departamento, e increpaba por la necesidad de construir y consolidar la “cundinamarquesidad”, como una estrategia para el desarrollo y el bienestar de los habitantes del departamento. Velandia argumentaba que la historia y las dinámicas políticas, económicas o culturales del departamento están íntimamente ligadas a las de Bogotá, y que por su localización geográfica, en el “corazón” del país, esta región también ha recibido el influjo directo de Boyacá, los llanos o el Tolima, entre otros, razón por la cual habría costado tanto definir la “verdadera identidad cundinamarquesa”. Cuatro décadas después valdría cuestionarnos si el problema ya ha sido resuelto, o incluso, si en verdad tiene o amerita una solución, pues la identidad colectiva, nacional o regional, lejos de ser un aspecto obvio, es un concepto esquivo y voluble porque no sería estática ni única. Al respecto Jorge Orlando Melo, en una disertación en contra de la identidad (2006), va más allá y pone en duda su validez, al considerarla como algo múltiple o plural, y que “en un proyecto nacional o regional es todo y no es ya nada”, al tiempo que cuestiona la exaltación de la identidad como “promoción del folclor, de un tradicionalismo conservador y arcaizante, de orgullos y vanidades locales” y no excenta de sesgos e intereses políticos e ideológicos o, en general, de las agendas de las instancias de poder.



Petroglifo prehispánico cerca a una vía 4G en Bojacá (Cundinamarca). Autor: Diego Martínez Celis, 2015



A pesar de las variadas posturas académicas y opiniones que puedan emitirse, no se puede ocultar que quienes nos relacionamos con la gestión de la cultura o del patrimonio cultural del departamento solemos hacernos la misma pregunta de Velandia: ¿qué somos, que nos hacer ser o qué nos distingue como cundinamarqueses frente al resto del país?, aunque siguiendo a Melo también podríamos cuestionarnos ¿para qué nos hacemos esa pregunta? Definir la identidad de una región, al igual que determinar cuales serían sus bienes y manifestaciones patrimoniales característicos podría resultar reduccionista, ya que implica seleccionar de un conjunto amplio solo ciertos aspectos, al tiempo que descartar otros; pero quizás lo mas sensible de este ejercicio sea definir o legitimar bajo qué criterios y quién o desde dónde se debería hacer dicha selección. Convencionalmente la tarea ha sido competencia de los entes de gobierno y de ciertos órganos consultores, como universidades, academias de historia, agremiaciones de profesionales, funcionarios de la cultura y otros; de esta relación han emanado símbolos, escudos, banderas e himnos, fechas conmemorativas, versiones de la historia, monumentos o campañas de promoción turística;  pero ni la cultura ni la identidad pueden ser definidas por decreto o desde escritorios si no se cuenta con el reconocimiento y participación activa del actor y gestor principal: la gente, las comunidades, la ciudadanía. 



Capilla de Siecha, en Guasca (Cundinamarca). Autor: Diego Martínez Celis, 2018


Cundinamarca, con su nombre de origen quechua, sus milenarios asentamientos indígenas de grupos chibchas y caribes, su arte rupestre, sus pueblos de indios o centros urbanos de traza hispánica, sus caminos reales, sus líneas e infraestructura ferroviaria, o sus tradiciones vivas que se expresan en narraciones orales, festivales o gastronomía, podría interpretarse como un centro de emanación y confluencias, al tiempo que como un crisol de fundición cultural y un espacio dinámico en constante cambio, de allí devendría la dificultad en su definición identitaria y en su caracterización patrimonial. 


Por tanto, intentar definir la identidad y el patrimonio cultural del departamento no debería abordarse como un fin, sino como el medio o la oportunidad para reflexionar sobre lo que hemos sido, somos y queremos ser como colectivo social que se siente vinculado con este vasto, diverso y siempre cambiante territorio. 

      



Referencias


Velandia, Roberto. Enciclopedia histórica de Cundinamarca, Volumen 1. Biblioteca de Autores Cundinamarqueses, 1979.


Melo, Jorge Orlando. Contra la identidad. En: El Malpensante. No. 74. Noviembre – diciembre de 2006. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

La PIEDRA de BARREIRO en Boyacá: Pinturas rupestres y altares de la patria

Nombrar para apropiar. De “piedras pintadas” a “arte rupestre”.