“Punto-cadeneta-punto” o los manuscritos perdidos* del adelantado don Gonzalo (Cuento rupestre)
Tras divagar en pos de sus
recuerdos, don Gonzalo volvía a enfrentarse con la imagen de aquellos trazos
rupestres que reconociera por vez primera en la jornada de Vélez, allá por el
año de 1536. Los naturales de aquella comarca –recuerda– no supieron darle
razón exacta de su significado, y sólo comentaban que la roca y sus signos ya
hablaban desde hace más de 20 generaciones.
Retirado, el otoñal Adelantado gozaba de una monótona
estadía en su parcelación de Suesca, escribiendo prolijamente el memorial de
sus correrías por tierras moxcas que ahora, más que de sus gallardas hazañas, reconocía
de sus infames agravios. Las noches frías traían el rumor herido del río Funza a través del escarpado cañón por el que ningún cristiano se atrevía a deambular
después de la queda. Cuando don Gonzalo se aventuraba unos pasos lejos de su casa, la
temerosa guardia le prevenía sobre los peligros del aterrador paraje. Sin
embargo, no eran simples “chocherías” de
conquistador jubilado, era la inquietante voz de la conciencia hostigante.
La noche anterior había vuelto a
desvariar en sueños espirales, concentricidades romboidales que lo envolvían hacia
su interior más temido; febriles y enmarañadas líneas le atravesaban la cabeza,
y lo que él reconocía como “mi yo mismo” se desdoblaba y multiplicaba en
laberintos ocres, su cuerpo adquiría simetrías espectrales y la dimensión
profunda se ausentaba para terminar percibiendo que el mundo entero yacía sobre
la plana superficie pétrea de una roca primordial.
Estas visiones eran para Don
Gonzalo obsesionantes; no lograba explicarse los posibles mundos a los que lo
conducían aquellos sueños, ni el significado de aquellos trazos ocres pintados
sobre miles de rocas por todo el altiplano, hasta la noche en que recordó el pasaje de
Vélez. Presto a consignar esta experiencia decidió empezar un nuevo volumen que intitularía “Los ratos de Suesca”. Distraído en sus quehaceres como juez de
residencia en Santafé y obligado a pagar una antigua deuda de 13.000 pesos a la
Real Audiencia, sus días se malgastaban en tramites burocráticos.
Cayó la tarde de un Viernes Santo
sorprendiendo al Licenciado bajo un pertinaz aguacero; volvía solo desde Santafé
tras lidiar un insoportable atascamiento de coches y bestias en el puente de
San Francisco… la que parecía ser una jornada típica de finales de marzo, tornó para Don
Gonzalo en la más lúcida de las incursiones en el Nuevo Reino de Granada...
El siguiente es el relato, en
pluma del mismísimo Adelantado, de lo que
aconteció en dicha correría; un fragmento manuscrito que fue guardado con celo por Fray
Pedro Simón y de cuyo contenido hizo omisión en sus Noticias Historiales, y que, se cree, fue parte de los hoy perdidos “Ratos de Suesca”. Dichos folios fueron
salvados por Lorenzo Chuchoque, sacristán del pueblo de Suta la noche del
incendio de 1692, y remitidos a Don Domingo Siquitiba. Los descendientes de Don Domingo, la familia
Bernal, ampliando el patio de su casa, hallaron en una múcura un fardo tejido
que guardaba una decena de folios que destinarían para avivar el fuego de la
cocina de doña Ofelia, el día en que, providencialmente, me hallaba de visita en el
lugar y logré rescatarlos con la excusa de necesitar relleno seco para mis
botas, ya que me aprestaba a continuar mi viaje hasta Sesquilé en la difícil
travesía de los páramos.
Me refugié aquella noche en un
solar abandonado presto a devorar dicho manuscrito, y entre lo que logré
transcribir quizás se encuentre la primera noticia sobre el significado de las
pinturas rupestres para los indígenas de aquellos tiempos:
« ...y si la divina
providencia me alcanzare, fuere más que vulgar imaginería lo que acaso viví
[...] tras pernoctar entre las piedras que llaman de Suta la tarde de Viernes
Santo de 15 [...] me fue dada revelación sin igual en quando avisté por entre
una ramas al tegua Don Santiago, conocido como Tibasoque, embijado el
cuerpo y embijadas sus manos transcribía signos colorados en sobre las rocas
[...] el tegua, dirigiéndose a unas indias muy atentas, escuchaba yo que les
impartía: «punto, cadeneta, punto, el derecho va pa’rriba y el izquierdo
pal de’tras...[...]...».
Doy fe,
(firma ilegible), abril de [...]17º
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*Nota: Con las crónicas de Gonzalo Jiménez de Quesada se inicia la
literatura en Colombia. Lamentablemente una de sus obras, “Los Ratos de
Suesca”, sigue perdida y sólo se conocen de ella referencias secundarias de
cronistas posteriores como fray Pedro Simón, quien consignó uno de los pocos
relatos relacionados con el significado de las pinturas rupestres que aparecían
en las afueras de algunos pueblos; cuenta Simón que los indígenas veían en las
pinturas los trazos que Bochica les dejó con la intención de enseñarles el
oficio de tejer: "Otros le llamaban
a este hombre [Bochica] Nemterequeteba, otros le decian Xué. Este les
enseño a hilar algodón y tejer mantas, por que antes de esto sólo se cubrían
los indios con unas planchas que hacían de algodón en rama, atadas con unas
cordezuelas de fique unas con otras, todo mal aliñado y aún como a gente ruda.
Cuando salía de un pueblo les dejaba los telares pintados en alguna piedra liza
y bruñida, como hoy se ven en algunas partes, por si se les olvidaba lo que les
enseñaba [...].”(Simón, 1625).
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