Palimpsestos rupestres: ¿perversiones de la memoria?
Por Diego Martínez Celis
Lo paradójico es que a pesar de la creciente valoración del llamado patrimonio “arqueológico”, hace poco este mural fue restaurado para rescatar la visibilidad de las pinturas republicanas, como un gesto que parece reforzar la importancia que se sigue dando, desde las instancias oficiales, a aquellos símbolos de nacionalidad que refuerzan la imagen de políticos o representantes de la élite gobernante (cuyos apellidos incluso siguen vigentes), como “héroes” de vida y obra ejemplares que merecen ser rememorados a través de su monumentalización pública. En contraste la memoria indígena parecería relegarse al anonimato, sin legítimos dolientes que reclamen su reivindicación, haciéndola susceptible de apropiación por causas emergentes como los procesos de re-etnización o de investigación especializada que se divulga en ámbitos muy cerrados.... Lo cierto es que es probable que la nueva restauración vuelva a requerir de mantenimiento dentro de algún par de décadas, mientras que las pinturas indígenas, cuya fórmula exacta se desconoce y que se encuentran integradas a la superficie rocosa, sigan perdurando, aunque tapadas, por otros siglos más.
Se conoce como palimpsesto al “manuscrito que
todavía conserva huellas de otra escritura anterior en la misma superficie,
pero borrada expresamente para dar lugar a la que ahora existe.” (Wikipedia).
A continuación se presentan algunos casos en que se advierte la superposición de diversas expresiones pictóricas contemporáneas sobre pinturas rupestres indígenas que, más que como simple “vandalismo”, se podrían interpretar como la evidencia de la necesidad humana, o continuidad cultural, de marcar superficies pétreas, en entornos naturales, para expresar o comunicar ideas.
A continuación se presentan algunos casos en que se advierte la superposición de diversas expresiones pictóricas contemporáneas sobre pinturas rupestres indígenas que, más que como simple “vandalismo”, se podrían interpretar como la evidencia de la necesidad humana, o continuidad cultural, de marcar superficies pétreas, en entornos naturales, para expresar o comunicar ideas.
I.
Las rocas de Suesca de Diego Fallon
A
finales del siglo XIX el poeta Diego Fallon dio a conocer su poema “Las rocas de Suesca” en que retrata con paroxismo la singularidad de este paraje donde
comienza, al norte, la sabana de Bogotá. En 1934, para el centenario de su
nacimiento, se le hace un homenaje al poeta grabando su nombre sobre las mismas
piedras objeto de su inspiración. Quizás era la usanza de la época erigir
monumentos a la memoria de sus prohombres, pero imagino al mismísimo Fallon revolcándose en su tumba al advertir tal
violación a la piel de su paisaje.
Fallon reconoce en su poema la existencia de pinturas rupestres plasmadas entre las grandes rocas, que considera “chibchas”, y que hoy día son cada vez más difíciles de observar, pues no solo ha sido el paso natural de los siglos, o esta inscripción “conmemorativa”, sino la creciente huella de visitantes, escaladores y grafiteros, que se superponen –como queriéndola borrar– a la memoria que estos trazos indígenas representan.
Fallon reconoce en su poema la existencia de pinturas rupestres plasmadas entre las grandes rocas, que considera “chibchas”, y que hoy día son cada vez más difíciles de observar, pues no solo ha sido el paso natural de los siglos, o esta inscripción “conmemorativa”, sino la creciente huella de visitantes, escaladores y grafiteros, que se superponen –como queriéndola borrar– a la memoria que estos trazos indígenas representan.
Mural con palimpsesto pictórico en Suesca. Foto: Diego Martínez Celis, 2016 |
II.
“La memoria es selectiva”: Los “presidentes” de Facatativá”
Este
mural conocido como “los presidentes” fue pintado sobre uno de los abrigos
rocosos del parque arqueológico de Facatativá en conmemoración del primer año del fallecimiento del político liberal Rafael Uribe Uribe en 1915. Lo que
quizás no advirtió el artista (o quizás si, pero no le importó), es que con
este gesto artístico taparía varias pinturas rupestres indígenas que datan de
hace más de 5 siglos.
Lo paradójico es que a pesar de la creciente valoración del llamado patrimonio “arqueológico”, hace poco este mural fue restaurado para rescatar la visibilidad de las pinturas republicanas, como un gesto que parece reforzar la importancia que se sigue dando, desde las instancias oficiales, a aquellos símbolos de nacionalidad que refuerzan la imagen de políticos o representantes de la élite gobernante (cuyos apellidos incluso siguen vigentes), como “héroes” de vida y obra ejemplares que merecen ser rememorados a través de su monumentalización pública. En contraste la memoria indígena parecería relegarse al anonimato, sin legítimos dolientes que reclamen su reivindicación, haciéndola susceptible de apropiación por causas emergentes como los procesos de re-etnización o de investigación especializada que se divulga en ámbitos muy cerrados.... Lo cierto es que es probable que la nueva restauración vuelva a requerir de mantenimiento dentro de algún par de décadas, mientras que las pinturas indígenas, cuya fórmula exacta se desconoce y que se encuentran integradas a la superficie rocosa, sigan perdurando, aunque tapadas, por otros siglos más.
Mural de los “presidentes” en el parque arqueológico de Facatativá. Foto: Diego Martínez Celis, 2011 |
III. San Mateo
(Soacha): “No dañar” dañando
Como si se tratara de una
suerte de “continuidad cultural” algunos sitios con arte rupestre, como este
localizado en el cerro de San Mateo en Soacha, siguen siendo
aprovechados para plasmar mensajes gráficos. La falta de conocimiento que se
tiene en la actualidad, sobre la antigüedad e importancia de aquellos
“extraños” trazos prehispánicos, produce que fenómenos urbanos, como el
“graffiti”, se sobrepongan en lo que se suele considerar un acto vandálico sobre
el patrimonio cultural. En este pulso otros han pretendido arbitrar, pero
también interviniendo el sitio, como se observa en el letrero que reza “No
Dañar”.
Mural con arte rupestre indígena, graffiti y aviso “preventivo”. Foto: Diego Martínez Celis, 2015 |
IV: Vereda Güita
(Suesca): ¿Resignificación o vandalismo?
En un sector de esta
vereda se encuentra un mural con pinturas
rupestres prehispánicas (dentro del círculo amarillo) que han sido alteradas
mediante una intervención pictórica “neo-indígena” contemporánea (imagen de bohío dentro de un gran rombo). Habitantes
del sector dan testimonio de que hace pocos años, algunas personas en proceso
de re-etnización (también conocidos como “neomuiscas“),
llegaron al lugar y, mediante un ritual, elaboraron nuevas pinturas, justo
sobre rastros de antiguas pinturas prehispánicas. La prueba de la autenticidad
de los rastros prehispánicos menos perceptibles se comprueba aquí gracias al
resalte de la fotografía mediante el programa D-stretch.
Mural con pintura reciente sobre trazos indígenas en Suesca. Foto resaltada mediante D-stretch: Diego Martínez Celis, 2016 |
Ante palimpsestos
pictóricos como estos, vale cuestionarse la manera como se construye identidad a
partir de aquellos vestigios que hoy consideramos Patrimonio Cultural, los
cuales, lejos de ser eventos de valor neutro, dejan entrever los sesgos que
velados, conciente o inconcientemente, se aprovechan por el agente
patrimonializador (casi siempre el Estado en asocio con expertos) para legitimar intereses particulares, que
no siempre coinciden con los de otras lógicas u otros individuos o grupos marginales, minoritarios o disidentes que siguen dejando sus huellas sobre las piedras.
Valdrían estos casos para reflexionar sobre los valores que adjudicamos a las pinturas rupestres como depositarias de la memoria de una tradición que se considera perdida o interrumpida –que le ha valido su reconocimiento como “patrimonio arqueológico”–. Pero acaso, en el contexto de la historicidad de las evidencias materiales de la condición humana ¿todas estas huellas, sean antiguas o recientes, no siguen y seguirán connotando algún tipo de memoria para el futuro?... ¿Qué tipo de memoria estamos privilegiando hoy mediante su valoración como “patrimonio cultural”? ¿Qué queremos recordar y qué olvidar? ¿Quién debe decidirlo?... ¿Alterar un sitio con arte rupestre indígena, mediante la superposición de otra huella, es un acto vandálico, una perversión de la memoria?
Valdrían estos casos para reflexionar sobre los valores que adjudicamos a las pinturas rupestres como depositarias de la memoria de una tradición que se considera perdida o interrumpida –que le ha valido su reconocimiento como “patrimonio arqueológico”–. Pero acaso, en el contexto de la historicidad de las evidencias materiales de la condición humana ¿todas estas huellas, sean antiguas o recientes, no siguen y seguirán connotando algún tipo de memoria para el futuro?... ¿Qué tipo de memoria estamos privilegiando hoy mediante su valoración como “patrimonio cultural”? ¿Qué queremos recordar y qué olvidar? ¿Quién debe decidirlo?... ¿Alterar un sitio con arte rupestre indígena, mediante la superposición de otra huella, es un acto vandálico, una perversión de la memoria?
Excelente artículo! Nos pone a pensar sobre temas claves: Que se debe conservar? Que eliminar? Debemos detener la dinámica de la cultura en ciertos sitios o dejar hacer?
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